Meditaciones fuera de la Cultura de la Transición, esa cosa que, como todas las culturas, tiene problemas para explicar lo que pasa, pero más.
jueves, julio 14, 2005
ENMIENDA
Al final del penúltimo parágrafo, lo que quise decir es "Para las elecciones del 2000, no estaba en el programa de ninguno de los partidos. Fue CiU, que, ante el temor a perder las siguientes, echó a rodar la pelotita al grito de «¡maricón el último!»"
3 comentarios:
Anónimo
dijo...
Buenas:
En la última investidura de Pujol, Maragall ofreció en su discurso apoyo desde fuera del gobierno a los convergentes si querían reformar el Estatuto.
Pujol dijo que no, esto es, exactamente lo mismo que esta mañana.
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía: -En cualquier parte puedo morirme de hambre. Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella. Historias del señor Keuner, Bertolt Brecht
El discurso es un acero que sirve por ambos cabos: de dar muerte, por la punta; por el pomo de resguardo. Si vos, sabiendo el peligro, quereis por la punta usarlo, ¿qué culpa tiene el acero del mal uso de la mano?
3 comentarios:
Buenas:
En la última investidura de Pujol, Maragall ofreció en su discurso apoyo desde fuera del gobierno a los convergentes si querían reformar el Estatuto.
Pujol dijo que no, esto es, exactamente lo mismo que esta mañana.
Un cordial saludo,
Popota
El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
-En cualquier parte puedo morirme de hambre.
Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella.
Historias del señor Keuner, Bertolt Brecht
El discurso es un acero
que sirve por ambos cabos:
de dar muerte, por la punta;
por el pomo de resguardo.
Si vos, sabiendo el peligro,
quereis por la punta usarlo,
¿qué culpa tiene el acero
del mal uso de la mano?
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