viernes, diciembre 29, 2006

LAS ALAS

Me he pasado un año y pico dibujando la cultura española, etc. Les decía que, ahora, me aburría. Que no sabía hacia donde tirar con este blog. Que me tomaba un tiempo para pensarlo y bla-bla-bla. Bueno. Ya ha pasado ese tiempo y ya sé lo que hacer.

Este año hablaré sólo de lo que vea. Mis especulaciones no irán más lejos que mis ojos. Y los ojos de uno solo ven claramente desde los escasos centímetros a los pocos metros. Bueno. Vamos allá.

Voy a la pelu, a rapar a mi bebé. Mi bebé está creciendo. Y hablando. El día que el Barça perdió la Intercontinental, dijo su primera alocución sobre el Barça. Llegué a casa y me dijo: “el Barça ha perdut”. Su primera cita del Barça fue, por tanto, una meditación sobre la derrota. Mi bebé, snif, ha renovado otra generación la alianza que Abraham hizo con el Barça. Bueno, bebé, peluquería. La peluquera es una señorita formidable. Muy simpática. Con escote de peluquera. Que revientan dos senos como dos melones franceses. Cuando llego hoy, veo lo de los melones. Y que, por lo que sea, la peluquera está encendida como un mechero. Me explica el caso de la cosa. La cosa empezó con su anterior caso. Las peluqueras no tienen clientes. Tienen casos. El anterior caso es una señora que va cada día para que le inspeccionen el cabello. Dice que tiene piojos. Nota incluso como caminan por su cuero cabelludo. “Si lo notara no sería piojos, serían loros”, dice la peluquera. La peluquera se está planteando iniciar una terapia con su cliente, para curarla. Ponerle agua de romero en el coco, decirle que le ha matado los piojos/loros y darle cierta paz espiritual. Yo le digo que si quiere ayudarla, que no le ponga agua de romero. Que le ponga piojos. Ella medita mis palabras y pone una cara rara. Es la cara rara de alguien que va a iniciar un relato. Cuando uno asiste a la composición de ese rostro, asiste a un milagro que no todos los días se produce.

-LOS MILAGROS

La peluquera empieza a hablar. Su relato contiene verdades de peluquera. Sencillas y bellas y dulces, como un melón francés. “La vida es muy rara. Y la vida que sucede en la cabeza, más”, dice. “Tengo un cliente que viene una vez al mes. Es un hombre normal. Tiene una empresa y una mujer. Y una cara normal. Lo única extraño en él son sus americanas. Todas sus americanas tienen un par de aberturas en la espalda. Un día le pregunté para qué eran. Me dijo que para que le salieran las alas. Desde hacía años, me dijo, le empezaron a salir alas en la espalda. Sólo las veían él. Las alas que nadie veía asustaban mucho a su esposa. Su esposa creía que, cuando estuvieran completamente formadas, su marido podría saltar por una ventana, para probarlas. Su esposa, aterrorizada, le hizo ir al psicólogo. Después de varios años de terapia, el psicólogo le cito para operarle las alas. Se supone que el psicólogo simuló una amputación de las alas. La cosa funcionó. El hombre volvió a llevar americanas sin aberturas. Sus alas no existían. Todo fue bien durante un tiempo. Ahora, le están volviendo a crecer las alas. Son más fuertes que las anteriores, dice”. La peluquera concluye su relato: “la mujer de los piojos, haga lo que haga, no tiene cura”.

Mi bebé ya está rapado. Pago me voy. Antes, digo algo gracioso para que la peluquera se ría. Veo, a su vez, dos melones franceses riéndose. Me voy. Me siento profundamente identificado con el hombre de las alas. Tengo ganas de conocerle. Algo me dice que podríamos estar horas y horas hablando. Ambos sabemos que tenemos alas que nadie ve. Como todo el mundo, por otra parte.