lunes, enero 14, 2008

LA MENTIRA

-LA VERDAD. Una becada es un animal extraño. Tiene un pico peculiar. Lo utiliza para meterlo entre la mierda de la vaca, y extraer así unos gusanos blancos que le vuelven majara. En el trance de iniciar el vuelo, una becada, invariablemente, vacía su vientre. Por otra parte, está prohibido cazarla al atardecer, la hora en la que come. Es decir, la hora en la que no vuela. Gracias a todo ello, es el único animal del mundo que, cuando lo cazan está, por tanto, limpio como una patena. Los franceses, no obstante, si encuentran algún tipo de excremento en su aparato digestivo, dan saltitos y, posteriormente, lo extienden sobre una tostada y se lo comen más contentos que un chinche. Se cocina, en todo caso, entero, sin limpiar, equipado de serie. Únicamente se le extrae la molleja. Paul Bocuse explica esta receta, sencilla como un botijo. Se embadurna el bicho con mantequilla. Se mete en el horno, sobre una rebanada de pan. Tras 20’, se saca. Se lleva a la mesa. Se abre. Las tripas, machadas, se depositan sobre el pan. Al que se le agrega, si se quiere, unos cachos de foie. Luego, se procede con la becada dispuesta sobre un plato. El resultado es sencillo y épico. Como casi todas las cosas sencillas.

La becada es un animal extraño. Yo lo conocí una noche extraña. A las tantas de la noche, en el Drolma, que estaba chapado, en una conversación que duró horas con Fermí Puig. Hablamos de política, de literatura, del Barça, de lo bueno que están los gin-tonics en un restaurant cerrado y, finalmente, de la becada. Fue un momento de plenitud. Cuando me iba me regaló un tesoro que, posteriormente, aumento mi curiosidad ante la bestia. Y mis anhelos de plenitud.

Un día quedé con un amigo para irnos a comer una becada. El plan era a) ir a comer una becada y, posteriormente, b) hablar de la vida, de política, de literatura, del Barça, de las señoritas, de lo bueno que están los gin-tonics. El planete era recuperar y ampliar un momento de plenitud, de amistad, de verdad. Lamentablemente, mi amigo llamó para aplazar la cita. Se encontraba mal. Luego se encontró peor. Finalmente, murió. Lo que, a su vez, supuso, ahora que lo pienso, otro momento de amistad y de verdad, un momento de estar frente a ti mismo, en fin, muy parecido al que pretendía con la becada. Fue, también, alrededor de un cadáver. Pero todo fue sensiblemente diferente y en la dirección no prevista.

-LA MENTIRA. Decidí no ir nunca jamás en mi vida al resturant que teníamos previsto. Un restaurant que ha levantado una estrellita michelín gracias al tema becada. La idea ahora era conseguir una becada y cocinarla yo. “Como los griegos”, que decía Goethe. No se produciría el momento de verdad y de certeza deseados. Pero me metería una becada. A ver qué. La llamativo del asunto es que eso es legalmente imposible.

La ley no impide cazar becadas. Se cazan. À gogó. En Europa Occidental casi no quedan. Por lo visto el gran filón ahora es Rumanía. Tanto que, por las calles de Bucarest, me dicen, resulta peligroso pasear si tienes un careto parecido al de una becada. La ley, en todo caso, impide venderlas. Si quieres una, necesitas un amigo cazador. Que te la regale. Oficialmente, de hecho, los cazadores –esos pollos que no dan ni la hora- regalan las becadas a los restaurantes. Como han podido observar en estas líneas, mis amigos no son cazadores. Todo lo contrario. Se mueren. El único sitio donde se puede hacer normalmente lo que todo el mundo hace de estranjis –comprar una becada a la luz del día, vamos-, es en el País Vasco. Cada año, en la parada de la Boquería en la que compro la caza, en un momento dado pongo cara de tonto y digo: “oiga, ¿tienen becadas?”. Indefectiblemente me dicen que no, que lo impide la ley. Salvo en el País Vasco, etc. Bueno. Esta mañana he hecho el mismo ritual de cada año. Pero con la cara más de tonto, en lo que empieza a ser algo preocupante. La señora, a su vez me ha mirado, ha cambiado su expresión de todos los años, y me ha dicho: sí. Posteriormente, ha ido más lejos y me ha dicho: tengo todas las que quiera. Me he llevado una. Regalada. La tengo en la nevera. Me la cenaré el viernes. Yupi. Estoy tan contento que dejaré de escribir unos instantes y me iré a mirarla en la nevera. Hola. Ya he vuelto. Es preciosa. Creo que le gusto.

Hummm. Los momentos de verdad, de plenitud se espacian. Y son cada vez más crueles. Los momentos en los que la mentira son el entorno, como comprar comida que está prohibido comprar, pero no ingerir –un concepto de comida muy parecido al tabaco, ahora que lo pienso; un concepto de comida muy parecido a un amplio volumen de ideas que van apareciendo por aquí-, aumentan. Tanto que se debe de ser muy astuto para vivir un día corriente sin volverse loco. Es decir, sin considerar normal todo lo que ya es absolutamente normal.

Otro humm: Me he pelado el libro de George Lakoff que me recomendó un lector. Anónimo, creo que era su nombre –nota: le felicito efusivamente por su Cantar del Mío Cid. Muy bueno-. Tal y como ven, me tomo sus recomendaciones como espero que se tomen las mías cuando intento venderles una becada. Ignoro aún si la lectura del libro, realizada este finde, supone un momento de verdad, como el de comerse una becada con un amigo que ya no existe. Creo que necesitaré ayuda. Mañana les hablo al respecto.

viernes, enero 11, 2008

EL PAÍS EN EL QUE BARTLEBY Y EL MARKETING SON UNA BICOCA.

Hola. Qué frío. Brrr. Bueno. Al tajo.

La semana pasada fue lo del cumple del rey. La cosa se celebró como cualquier evento de interés estatal -tenemos la tira; bodas, bautizos, atentados-. A saber: paralizando la información y emitiendo información al respecto. La información al respecto consistió en chorrocientosmil pollos hablando del rey. Curiosamente, y como siempre, todos tenían la misma opinión. El rey es la pera, etc. Como ha sucedido, por otra parte, con cualquier rey vivo y con curro a lo largo de la historia. Incluso Fernando VII o Isabel II, recuerden, fueron en su día lo más. Con los reyes, en fin, sucede un poco como con las ex. Antes de ser ex, son una joya.

Anyway. Si tenemos en cuenta que ni siquiera el jamón gusta a todo el mundo, observaremos que chorrociestosmil pollos diciendo lo mismo, desluce y resta crédito a lo que dicen. Una multitud diciendo lo mismo equivale a no decir nada. Lo que es, ahora que lo pienso, una imagen que puede ser una metáfora de lo que se dice a diario. La imagen, por el mismo precio, puede servir para ver como una cultura, fundamentada en la igualdad, en el terror a decir algo diferente, se organiza. A través del marketing. En un canal televisivo, por ejemplo, vi a chorrocientosmil pollos decir lo mismo del rey. Cada uno de los chorrocientosmil pollos –lo más granado de nuestra cultura, de nuestro periodismo, de nuestra economía-, aportaba, no obstante, una actitud diferente. Cada actitud modulaba un personaje diferente. El formal, el enrrollado, el serio, el responsable, el que hace ver que dice otra cosa aunque no dice otra cosa, etc. Esa actitud es lo que diferencia cada producto, cada pollo, en un mercado en el que, no obstante, cuesta un huevo diferenciar chorrocientosmil pollos cantando la misma canción.

Hummm. El marketing se ha convertido en una herramienta útil para analizar una cultura que penaliza la diferencia.

miércoles, enero 09, 2008

EL BARTLEBYSMO

Bueno. Resumen de lo publicado. Un padre Salinger y un bebé Salinger tienen distintas y distantes actitudes vitales. Uno calla y otro grita. No obstante, ambas actitudes son vistas como dos políticas de marketing opuestas. Todo ello, en fin, no habla de las actitudes de los dos Salinger. Habla de un mundo que sólo ve lo que ve a través del marketing. A través del arte, la cultura o como diablos se llame, concebido como esfuerzo por alcanzar el éxito.

Salinger, por cierto, aparece en un novela de Vila-Matas. Dentro de un pack de autores que dejaron de escribir. Otro autor que aparece en ese libro es Herman Melville. La última novela de Melville no es otra que Bartleby el escribiente. Antes de escribir esa novela, Melville escribió chorrocientas novelas. También trabajó de ballenero. Los balleneros, en los USA de entonces, eran una suerte de Legión Extranjera. Permitían desaparecer y ganar cierta pasta. Lo que le venía a Melville de perlas. A saber: Melville era un pijo venido a menos, su familia se había arruinado, y debía pagar deudas familiares non-stop. De su biografía se deduce por tanto que, si quieres ganar pasta con cierta premura, escribir novelas o trabajar en un ballenero son dos cosas que se parecen mucho. Bueno. Bartleby aparece cuando Melville está en el dólar. La novela –sobre el silencio, sobre el nada que decir a nadie; un novela, tal vez la primera, sobre la nada-, fue un absoluto fracaso. Y Melville –no tenía nada más que decir, o ya tenía suficiente pasta- no volvió a escribir una línea. La novela, con el tiempo, fue apreciada como lo que es. Un cacharro extraño, valiente, perplejo, único. Se ha traducido à gogó. Existe en todas las lenguas. Aquí abajo, quizás, más.

En la península se publica una reedición anual de Bartleby en, al menos, dos lenguas peninsulares. Existe, vamos. Y se vende con relativa facilidad. Más, desde lo de Vila-Matas. Desde lo de Vila-Matas, el palabro Bartleby ha tenido un éxito y una difusión considerables. Aparece, incluso, en titulares de prensa. Y, con profusión, en artículos de nuestros mejores plumas. La gran frase de Bartleby –“preferiría no hacerlo”-, ha sido utilizada, incluso, por algún intelectual local para definirse públicamente –toma moreno- ante algún tema candente. Bartleby es, pues, sin duda, un fenómeno local absoluto. No existe con tanta pasión en otra cultura. Por lo que debe de explicar algo de nuestra cultura.

Hummm. El marketing es tal vez la forma de crítica literaria más extendida. Posiblemente, también es el punto de partida intelectual para escribir un libro más extendido entre los autores locales. Se podría pensar que el marketing lo es todo. Pero existe el factor humano. A un autor local le puede avergonzar escribir lo que escribe, recibir el éxito que recibe. Le puede y –me consta-, le suele dar reparos su éxito, una vez alcanzado. El hecho de tener una obra que, básicamente, no dice nada. Quizás de ahí viene el culto local, único en el mundo, a Bartleby. Bartleby es una forma elegante de reconocer cierta vergüenza..

Hummm. El marketing no lo es todo. Explica lo que pasa. Pero no el factor humano. El hecho de que a casi nadie le gusta lo que hay. Ni siquiera a los pollos que son lo que hay. Que un producto sea tan parecido a otro a) debe de dar pasta, pero b) debe de crear cierta tensión interna en quién lo produce.

martes, enero 08, 2008

DOS LÍNEAS DE MARKETING Y UN ADN

Hola. EL otro día apareció Salinger en esta su pantalla amiga, etc. Todos los niños y niñas saben que después de –elijan entre a) y b)- a) escribir una obra maestra llamada El guardián en el centeno, y b) montarse en el dólar, se retiró del mundanal ruido. No ha concedido entrevistas, ha combatido intentos de biografiarle, y no consta que haya dado un palo al agua desde entonces. Entonces = mediados de la década de los 50’s. Esta mañana a primera hora es posible que esté vivo. En ese caso tiene 89 años. O 90, que no he mirado la Wikipedia. Si quieren saberlo, ya tienen algo que hacer hoy. Bueno. Lo de Salinger, en todo caso, tiene su miga. Para el tema que nos ocupa. El marketing.

Su retiro, ¿es una apuesta vital o es un ejercicio de creación marca? Es, en todo caso, opinable. Para mí no hay duda. Es una opción personal. Que se entiende más en su contexto –su contexto es, glups, nuestra época-, si nos fijamos en las opciones personales de otro Salinger. Su hijo.
Su hijo es actor. El oficio de actor, en el siglo XXI, es una metáfora del resto de los oficios. A saber: a) se ejerce con todo el cuerpo, b) consiste en actuar, c) en un porcentaje muy alto se relaciona con el marketing. Sobre c): hay, en fin, tantos actores en el mundo mundial, que es imposible organizarlos sobre el criterio de calidad. Para elegir a un Captain America –peli protagonizada, glups, por Matt Salinger-, es muy posible que la calidad del actor no sea un tema importante. Es más, es muy posible que el concepto calidad no sea importante en todo el tramo de producción de toda la peli. O, de glups, de muchas/casi todas las pelis.

Aún ignorando más sobre la biografía del hijo de Salinger que de Salinger, cabe suponer que se dedica a todo lo contrario que su padre. Es decir, a lo contrario del silencio. Lo contrario del silencio no son las palabras. Es el ruido. Por ejemplo, el ruido que produce el Capitán América. Eso no excluye que sus apuestas también hayan sido opciones vitales. Como las de su papá. No obstante, es curioso que la actitud de Salinger senior sea, periódicamente, valorada como una impostura, como un posicionamiento de marketing. Mientras que la de su hijo / Capitán América, sea valorada como la de un un actor al uso. Periódicamente, vamos, se ve en Salinger padre un pionero del marketing, mientras que a su hijo no se le considera un actor. Uno más. Periódicamente, en fin, se somete a sospecha a un Salinger, pero no al otro.

Hummm. Quizás ello explique que, en efecto, el marketing sea algo tan usual en algunas series culturales –cada vez, mayor número-, que no se le ve. También explique que nuestra época tiene dificultades para identificar los posicionamientos personales. Pero pocas para observar los posicionamientos de mercado.

sábado, enero 05, 2008

LOS REYES MAGOS Y LOS NIÑOS

Estábamos hablando de marketing. De lo que, deduzco, debería hablar de marketing. No obstante, hoy les hablaré de esto:

"¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura".

Es un fragmento bello y certero. Salinger, El guardián en el centeno, etc. Durante un tiempo intuí que ese fragmento sintetizaba mis anhelos personales. Posteriormente creí que eran mis anhelos profesionales. Luego empecé a comprender que dibujaba los anhelos, a secas, de todo el mundo. En la actualidad, me inclino a suponer que el fragmento –son frases pronunciadas, no lo olvidemos, por un niño, aunque fume y beba-, no describe a un guardián entre el centeno. Describe a un niño más en el centeno. El fragmento, pues, es muy posible que no hable de anhelos. Es concreto e infantil. Habla de lo que en realidad sucede. Estamos en el centeno. Sin guardia. Somos niños. Que fuman y beben. El fragmento podría ser una metáfora de la libertad. Pero hay un precipicio en ella. Es decir, igual es, precisamente una metáfora de la libertad y su dolor. Conforme me acerco al precipicio –los niños nunca se acercan al peligro en línea recta; lo hacemos dando círculos- voy intuyendo que ese es el sentido del fragmento. Y me parece más bello y certero.

Esta noche vienen los Reyes. Por unos segundos, mientras preparo su llegada, ejerceré de Guardian entre el centeno. Pasado mañana volveré a ser otro niño más, aunque fume y beba, en el centeno