Tal y como te aseguré telefónicamente, te pido hoy disculpas. Lamento, sobretodo, el tono de tu voz, que me impresionó. Nada, o casi nada, se merece ocasionar ese tono. Me remito a las palabras que utilicé ayer y que me parece obsceno trascribir en público, momento en el que desaparece la sinceridad y aparece la astucia. No pienso que seas lo que me dijiste que pienso que eres, Ni tampoco creo que seas malvado. Otra persona –como así ha ocurrido en varias ocasiones en la corta vida del blog- hubiera manifestado su pesar no al autor del blog, sino a cualquier suerte de primo zumosol.
Dicho esto, he vuelto a releer lo que me dijiste que leyera. En MI texto –sólo puedo responder por mis textos, no por los de las personas a las que invito a participar- no veo ningún atisbo de insulto, esa cosa que requiere una voluntad previa. Veo, eso sí, una crítica poco agradable. Y, si me permites, un tanto colectiva. Todos somos, independientemente de nuestros matices, CT, medio en el que nos ganamos la vida y con el que todos los profesionales de la cultura tenemos una relación dialéctica amplia, reducida o nula. Y según el día. En mi obra periodística hay también alguna Capilla Sixtina CT –en algún momento lo he exhibido en el blog-, y el uso de la mamada para mitigar el alcance de alguna crítica, recurso que también he descrito como habitual por aquí abajo, donde la crítica es, de por sí nociva y penalizable. Y marginal y marginalizada. Cualquier crítica recibe inmediatamente un adjetivo marginal. Fascismo, sectarismo, salsarosismo, sensacionalismo, póker calculado, envidia, amargura, inteolerancia. Con lo que desaparecen por la puerta de atrás. Y en forma de insulto, desprestigio y asimetría. Volviendo a las críticas vertidas ante algún aspecto de tu trabajo, sé que son de por sí poco agradables al receptor del comentario. Como me consta personalmente –en el blog también yo las he recibido-, y como me está constando, personalmente aunque de otra forma, desde que inicié un blog que parece herir más que modular opiniones, ante mi pesar. E, incluso, ante mi sorpresa. Había calculado eso, claro. Pero no tanto.
EL proyecto de estas páginas es mostrar mi disentimiento ante la cultura española y/o su funcionamiento. Ese disentimiento ante las normas de juego de la cosa lo inicié hará unos años, y ha sido determinante en mi obra periodística y en su recepción. No sé a donde me llevará. Posiblemente, lo empiezo a intuir, a cierto silencio. La perspectiva de ese final, me hace estar un poco de vuelta ante muchas cosas. En todo caso, me está empezando a ocasionar mucha pereza la visceralidad y crispación que están despertando algunos posicionamientos míos, que no nacen de la amargura. Nacen precisamente, de cierto optimismo y vitalismo que me animó, en su día, a criticar mi cultura, a comportarme como si mi cultura fuera normal y admitiera la búsqueda de cuatro pies a los gatos. La pereza a la que aludo se traduce en el empleo de ese tono de voz que te escuché y que, en ocasiones, ofrezco yo últimamente, cuando se me habla.
La disensión, el uso de la crítica –es decir, la ausencia de todo ello-, es el vértice, la seña de identidad, el copón, de la cultura española actual. Y es el gran problema –incluso personal- para quién opta por utilizar esos posicionamientos. Pretendo devolver -en estas páginas, no en todo el biotopo; no soy un iluminado ni esto es una cruzada; esto es un posicionameinto intelectual- a la cultura su carácter beligerante. Que la cultura sea el punto de desencuentro y de colisión. Eso supone someter a los productos culturales a una valoración también moral, por uitilizar una palabra rara. Esas valoraciones son muy peliagudas. Y juegan con un material muy sensible. Contrariamente a lo que estudiamos, he descubierto que las obras y los autores, comunmente y en contra de lo que dicen los manuales, no son cosas independientes. Son todo lo contrario. Lo que sumado al hecho de que nuestra cultura no sepa gestionar la crítica -o/y yo, posiblemente, no sepa emitirla correctamente- está ocasionando muchas explosiones en mis narices, que independientemte de que las encuentre justas o injustas, e independiente de la pereza a la que te aludía, debo asumir. No soy, como sabes, un ingenuo, pero no deja de sorprenderme la violencia y la desproporción –así como la poca perplejidad y debate- que estoy despertando en mi camino hacia mi situación b.
Acepta mis disculpas y mis matizaciones ante lo que me expresaste. Considera, si así te parece, mi ofrecimiento de ayer para cualquier opinión que quieras emitir desde estas páginas -estas páginas no son cultura española; por lo que no existen- en este u otro tema. Me ha parecido correcto, en ese sentido, optar por un tono tan críptico ante la ausencia de esa frontalidad.
miércoles, enero 11, 2006
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4 comentarios:
Bravo, Martínez. Sabíamos que encontraría usted una manera rara de entrarle a lo del tabaco, pero no nos imaginábamos que llegaría tan lejos. Su relato de hoy es francamente estremecedor. Por suerte, no es usted astuto y nos ha ahorrado las palabras, que si no. ¿Ha probado con chicles de nicotina?
Vale, ¿pero y lo del tabaco?
¿Por qué no lo cuentas tu, enterao?
¿Y por qué no lo cuentas tu, enterao?
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