sábado, diciembre 17, 2005

EL DIA FINAL

Tienes razón, Martínez. Esto es un OVNI, es decir, un objeto virtual no identificado. Los ovnis suelen estar pilotados por marcianos como tú, y los marcianos, ya se sabe, son uno tipos raros, solitarios y que pasan un frío de pelotas en este planeta, el planeta CT. De vez en cuando se identifican unos a otros porque no pueden doblar el dedo meñique, pero eso es algo muy difícil de averiguar. Uno nunca sabe si ocurre así porque se trata de otro marciano, o pasa simplemente que el tipo en cuestión es un cursi que estira el dedo cuando apura el vaso o un capullo al que le da por sacarse el cerumen de la oreja. Así que ojo, Martínez, ojo.
Me llamaste, creo recordar, para discurrir, al menos de entrada, en torno a un fenómeno fácilmente constatable: la ausencia de crítica en la CT. Y ahora que lo pienso, muy poco es lo que hemos discurrido a este respecto, al menos directamente. Quizá se deba a que discurrir sobre la ausencia de crítica en la CT viene a ser como discurrir sobre la ausencia de agua en el desierto. ¡Pero querido amigo! ¡Si precisamente es un desierto porque no hay agua!
O algo parecido.
Como fuere, de lo que sí se ha tratado por estos pagos es sobre cómo la ausencia de crítica erosiona el concepto tradicional de canon. Proponías tú, Martínez, que ese concepto había sido sustituido por el de staff. Replicaba yo, sin contradecirte abiertamente, que más bien me inclinaba por pensar que donde se había producido la sustitución no era en el concepto mismo, sino en la instancia que lo consagraba. Es probable que los dos estuviéramos diciendo lo mismo: el staff cultural de la CT equivale al canon del éxito. Un éxito, ahora podemos puntualizarlo, que no se corresponde con la fortuna comercial, o al menos no siempre ni exactamente, sino más bien con la visibilidad.
Reclamo atención para esta categoría: la de la visibilidad. Puede resultar de utilidad cuando se trata de esclarecer –como se ha propuesto aquí en más de una ocasión– las equívocas concomitancias entre la CT y la cultura de masas, tema que me atrae particularmente. Cabría postular que la CT viene a constituir una particular codificación de la cultura de masas. Algo así como, hasta hace poco, el Canal + de la televisión. ¿Que dice usted que no ve más que rayotes? Pues cómprese el descodificador y podrá ver los partidos de fútbol y las películas porno. Y si no, confórmese con los informativos y las series de humor made in USA, que algo es algo.
Bien mirado, el símil no está mal escogido. Y no lo está porque, mira por dónde, el gran codificador de la CT ha sido y sigue siendo el diario El País y, más ampliamente, el grupo PRISA. No parece necesario perder tiempo en argumentar esta afirmación. Resulta más provechoso sondear, como se ha hecho aquí, sus implicaciones políticas. Y éstas apuntan en la que, al parecer, coincidimos en destacar como la más fértil línea de trabajo para pensar la CT: su carácter de cultura de Estado, el hecho de que sea producto de una alianza, sin precedentes en España, entre las élites culturales y las clases gobernantes.
Que así ocurriera se debe, como es bien sabido, a la peculiar fraseología con que se resolvió cancelar a toda costa el franquismo, o más bien la Guerra Civil. Fraseología derivada de lo que por aquí hemos oído llamar fundamentalismo democrático y que tuvo por efecto consagrar la democracia misma como ideología. Una ideología que la izquierda abrazó con absoluto descuido —o sacrificio, como se prefiera— de sus propias señas de identidad.
“Ideología es hoy la sociedad como fenómeno.” Esto decía T.W. Adorno a comienzos de los sesenta. “La ideología es hoy la sociedad real misma, en la medida en que su fuerza y su inevitabilidad integrales, su existencia irresistible, se ha convertido en un sustitutivo del sentido arrasado por ella misma.”
Cuantas más vueltas le doy, más cerca estoy de concluir que el problema de la CT es el de la izquierda y su secuestro. Que la CT es resultado de la conversión de una ideología en cultura. No me refiero ahora a conceptos como el de ‘cultura de izquierdas’ o ‘cultura democrática’, no, nada de eso. Me refiero a la perversión profunda que se operó en la izquierda española cuando, para garantizar —dicen— la convivencia democrática, sustituyó sus objetivos sociales por una práctica sociable.
Desde este punto de vista, la CT constituiría la fórmula con que la izquierda española aceptó desmantelarse como opción ideológica y asimilarse a la sociedad capitalista en tanto que fatalidad forzosa e inevitable, como dice Adorno. A cambio, le sería concedido el privilegio de configurar el canon y la fraseología del nuevo ecumenismo cultural, de administrar la nueva sociabilidad.
Más de una vez he recordado la cándida pretensión de Manolo Vázquez Montalbán conforme a la cual cabía establecer una distinción entre público y mercado, entendiendo el primero como la vanguardia cultural del segundo. Propongo trasladar esta pretensión a la dinámica general de la CT y sugerir que la CT vendría a constituir la vanguardia de la cultura de masas. La fórmula resuelve de una vez por todas la cuestión de si la CT constituye o no, de hecho, la particular adaptación al medio español de la cultura de masas.

Y bueno, estas tortuosas divagaciones en torno a puntos que han asomado aquí en los dos últimos meses constituyen mi pelmazo adiós, querido Martínez. Por cierto que los marcianos vienen de Marte, el planeta de la guerra, de la beligerancia. Y allí, como es obvio, todos se apellidan Martínez, de donde la cosa.
Anda, abrígate y sigue dándole. Nosotros te hacemos compañía.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizá se deba a que discurrir sobre la ausencia de crítica en la CT viene a ser como discurrir sobre la ausencia de agua en el desierto. ¡Pero querido amigo! ¡Si precisamente es un desierto porque no hay agua!

Quizá la clave esté en discurrir CÓMO llevar el agua al desierto o la crítica a la CT... por intentarlo que no sea.