martes, julio 12, 2005

LOGOMAQUIAS

1) Vuelvo a excusarme por el retraso de esta entrega, las que, en cualquier caso, tampoco parecen tener ansiosas multitudes esperándolas. Como he aceptado la cordial invitación de mi anfitrión –y que agradezco– a cerrar yo el debate, me pide que comunique que el retraso aplazará el día de su conclusión, pero no altera el plan trazado: tras ésta, vendrá su réplica, y, tras ella, la última mía. Apelo, pues, a la clemencia de los más pacienzudos, a los que nos leen si es que no los hemos ahuyentando ya a todos, prometiendo prontitud en mi última respuesta, y parafraseando al marqués de Sade: «¡Blogueros, un esfuerzo más!».


2) EL HUMOR Y LA TRAMPA. No por viejo y eficaz, el método deja de ser menos tramposo y deshonesto: como lo que tú dices que yo digo, pero que yo jamás he dicho («comandos-fascistas-que-detienen-ciudadanos […] a) estoy marginado en mi sociedad, b) estoy perseguido en mi sociedad, c) encubro un genocidio en mi sociedad (subrayados míos)), es falso, lo que yo sí he dicho («lo que se pretende es que la gente que habla castellano hable catalán», y que para eso, entre otros medios, se «empuja desde la Administración a unos ciudadanos a la delación anónima de otros por el uso privado que hagan de su lengua», y que eso «es estrictamente una práctica fascista») queda escamoteado y subsumido en tus palabras y pasa por ser también falso, y hasta por haber sido refutado («considero desarticulada tu hipótesis de persecución lingüística al ciudadano que opta por el castellano en Catalunya»). Que ello se haga bajo la apariencia del humor es accidental, pura eficacia retórica. A ver, Martínez, da la impresión de que has llegado a creer que aquí el único que tiene la obligación de demostrar sus afirmaciones y de argumentar razonadamente soy yo. Si las Oficinas de marras existen, y a estas alturas hasta esto quiero escucharlo de tu boca, ¿serías tan amable de decirme qué son, para qué sirven y con qué propósito se han hecho? Y, si no te importa, te ruego, además, que lo hagas de manera ordenada, con una lógica comprensible, y ateniéndote a describir la realidad. Es decir, a ser posible, no con algo como «se puede denunciar a cualquier cosa con aspecto de servicio público por no cumplir la ley. Ejemplo: no vender un producto / no atender a un ciudadano porque utiliza una lengua determinada de las dos posibles». ¿Un restaurante es una «cosa con aspecto de servicio público»? La alteración que hice de esta cita, más allá de la legítima adaptación gramatical, fue la de sustituir «una lengua determinada de las dos posibles» por «catalán» para poder luego preguntarte lo que ahora te repito: ¿se han creado para denunciar a quien «no vende un producto / no atiende a un ciudadano porque utiliza una lengua determinada de las dos posibles»? Es decir, ¿lo denunciable es lo que hace el comerciante en razón de la lengua del cliente, o lo es la lengua que no usa el comerciante, y, por tanto, por la que sí usa –el castellano–, puesto que no es la mudez o la afasia lo denunciable, o sí? Me abstendré de contestar tus malintencionadas y delirantes acusaciones por esa alteración, que yo mismo confesé y que en nada falseaban lo que tú decías. Por último, yo no estoy hablando de lo que a ti te pasa («estoy marginado en mi sociedad…»), ni tengo ninguna intención de ello, así es que no tengo nada que explicarte sobre lo que lo que has vivido o dejado de vivir, ni de por qué, ni hacerlo bien, ni mal, ni regular, pues eso no es prueba ni argumento de nada. Aquí estamos discutiendo de políticas sociales y de los principios normativos que las inspiran, y de leyes justas o injustas. De manera que a ver si empiezas a aplicarte eso que tan jactanciosa y autoritariamente andas continuamente exigiéndome y empiezas tú también a «explicar muy bien» las afirmaciones que haces, y, sobre todo, las que me atribuyes.

3) LAS TRAMPAS SIN HUMOR. Más de lo mismo: si fuera cierto que frente a tu afirmación de que «nadie –repito, nadie–, puede denunciarte…» yo sencillamente hubiera opuesto un «sí, Guillem, […] sí es posible», desde luego que no habría demostrado nada. Pero es que esto último sólo era el corolario a una secuencia en la que intentaba deslindar, primero, lo público de lo privado, mostrar, luego, que el comercio es una actividad entre particulares, y, por último, que las malditas Oficinas se habían creado precisamente para interferir ese trato entre particulares alentando la delación de unos a otros en razón de la lengua que usan. Añadía luego una última categoría, lo particular o doméstico. Son estos razonamientos los que yo oponía a tu afirmación, y los que, por tanto, te tocaba refutar. Pero no es que no lo hagas, ¡es que además me haces la grotesca acusación de que «confundo uso público y uso privado»! ¡Tú, que para mostrar cuán ‘claros y distintos’ tienes definidos ambos conceptos y a qué ámbitos sociales se aplican te limitas a esta clarificadora definición: «Yo, por ejemplo también, utilizo en el uso mega-privado el castellano. Y uso públicamente el castellano y el catalán»! Y, claro, tras un aserto tan nítidamente deslindador de ambos conceptos, te sientes legítimamente descargado de la necesidad de hacer ninguna precisión ulterior. Mira, Guillem, sinceramente no sé qué es peor, si el confusionismo deliberado, o si de verdad eres incapaz de ver la inconsecuencia del torticero uso que haces de mi afirmación de que el interés de las partes es un autorregulador natural suficiente de la lengua en el tráfico entre particulares. Lo es, claro, y, efectivamente, así ocurre también en Cataluña, precisamente por eso decía yo que legislar en este terreno es, además de injusto, innecesario. Tienes que ser capaz de ver la diferencia entre los usos sociales y las leyes que los regulan, y en éstas, entre la ley positiva y los principios normativos que la informan. «Considero superada la polémica […] desde que, en tu anterior post, citas los conceptos “propio interés” y “regulador natural”, al aludir al uso del castellano y catalán en Catalunya. Son los fundamentales y los moduladores del caso de la cosa.» Pero como de lo que estábamos discutiendo no era de felices tenderos vendiendo a felices compradores, sino de la intromisión de leyes sancionadoras en esa arcadia comercial, ese no es el final, sino propiamente el principio de la discusión. A ver, Martínez, si estás de acuerdo en que hay ahí un principio autorregulador, ¿para qué las leyes? Y no se trata sólo de una normativa reguladora, sino de dos leyes de Política Lingüística aprobadas en el Parlament y de una gran cantidad de leyes menores que se aplican a su desarrollo en diversísimos campos; y, por supuesto, no quiero con esto decir que todas ellas sean injustas o innecesarias «¿Qué problema tenéis con una sociedad que se regula lingüísticamente desde los 60’, es decir, tácitamente, sin leyes? Perdona, Guillem, ¿qué significa «tácitamente, sin leyes»? O hay leyes, o no las hay, pero no hay «tácitamente, sin leyes» o tácitamente con ellas. Y las hay, y muchas, y hay unas Oficinas para denunciar a los comerciantes que en lugar de usar el catalán usan el castellano, y aseguran el anonimato. Cuando tú pretendes que, cuando se cuestiona la política lingüística de Cataluña, se viene a emponzoñar y a introducir crispación donde no la hay, no reparas en que, si bien es cierto que históricamente se ha dado una muy satisfactoria autorregulación pragmática entre los hablantes, la medida en que esto aún se conserva obedece al alto grado en que los catalanes ignoran las directrices con que se los tironea desde el poder. Pero, claro, como eso es imposible completamente, crispación existe, y, por supuesto, mucho mayor de la que siempre se pretende para nuestro «oasis». Pues es imposible que no hayan hecho mella 25 años de adoctrinamiento, que han incluido campañas televisivas tan necias como la que instigaba a los ciudadanos, contra sí mismos, a no cambiarse al castellano, aun a costa de no entenderse, cuando el interlocutor no sabe catalán. Sería conveniente, de paso, ahorrarnos las tonterías de bulto, pues ni yo ni ningún particular puede elevar denuncias de inconstitucionalidad ante el Tribunal Constitucional.

4) ¿Que no avanzamos? Desde luego que no. Y es que me resisto a ceder ante una de las principales anomalías por las que se ha hecho el Manifiesto: la negación, la ocultación y la deformación permanentes de la realidad a que da lugar el discurso ideológico nacionalista, pues ésa es, como sabemos desde Marx, una de sus principales funciones.

Carlos Feliu

1 comentario:

Anónimo dijo...

impecable, Feliú.