domingo, noviembre 20, 2005

UNA CULTURA DE ESTADO

Hacía días que el profesor Echevarría no se caía por clase. Como siempre que regresa de una ausencia prolongada, pone cara de circunstancias. Hoy al menos se ahorra el chistecito con que, en estas ocasiones, suele dar comienzo a sus clases, aquello de "Como decíamos ayer"... En lugar de eso, empieza a pasar lista:
-Anonymous...
-¡Presente!
-Anonymous...
-¡Presente!
-Anonymous...
-No ha venido.
-Anonymous...
-¡Presente!
Cuando llega a Bértolo se interrumpe y dice:
-Así que tenemos en clase a un pequeño Lenin...
-No, señor. En todo caso, a un pequeño Stalin.
La clase estalla en risas y cuchufletas.
-Y encima, contestón y graciosillo. Muy bien, Bértolo, así me gusta, ya tendremos ocasión de hablar usted y yo.
Y el profesor Echevarría sigue pasando lista.
Cuando llega a Martínez, se interrumpe de nuevo y dice esta vez:
-¿Recuerda usted, Martínez, lo que nos dijo un día sobre la CT como cultura de Estado?
-Sí, señor. Decía que la CT...
-Bien, bien, Martínez, no siga, muchas gracias. Sólo quería retomar ese concepto para decir hoy alguna cosa que le concierne a usted muy especialmente...
Y ahora el profesor Echevarría, dejando la lista a un lado, se quita las gafas con gesto solemne, como suele, aspira profundamente -signo inequívoco de que se dispone a soltar una perorata- y empieza:
-Permítanme que retroceda hoy unos pasos para situar el interesante debate de días pasados en una perspectiva clarificadora. Veamos. Nos decía Martínez días atrás (y lo soltaba como si cualquier cosa) que la CT es una cultura de Estado. Considero imprescindible, llegados aquí, ahondar en este punto, determinante de una de las cuestiones que asedian (y cuestionan) constantemente la reflexión emprendida. Me refiero a eso de hasta qué punto la CT, como ha conseguido Martínez que la llamemos todos, es un fenómenos específico de la actual cultura española o el simple afincamiento, en el marco de la cultura española, de la más global cultura de masas. Mucho me temo que en los argumentos que unos y otros sacan a colación se desliza a menudo la ambigüedad a la que nos arroja el insuficiente deslinadamiento de estos dos conceptos, por otro lado indudablemente conectados. Es para contribuir a este deslindamiento que propongo reparar en eso de la cultura de Estado, ya que es en este punto en el que la CT revela su más genuina especificidad. Para mí tengo que, pese a las muchas veces que se lleva dicho, no se ha tomado suficiente nota de un hecho que me parece esencial: la CT surge al amparo de un proyecto de Estado que se traza como objetivo primordial la superación de los conflictos latentes desde la Guerra Civil con vistas al asentamiento y la consolidación, en suelo español, de un régimen democrático (y deigo régimen con toda la intención). Este proyecto tiene el concurso de la gran mayoría de las fuerzas políticas operantes en España a la muerte de Franco y, lo que es determinante para el tema que nos ocupa, tiene también el concurso de la mayor parte de la clase intelectual, que por primera vez en más de siglo y medio deja a un lado su actitud por lo general crítica y rezongona para enrolarse con entusiasmo a la tarea, dice, de modernizar el país y reverdecer su erial cultural. Así ocurre, sobre todo, a partir de la victoria en las elecciones del PSOE, en 1982, momento en el que esta nueva alianza entra los intelectuales y el poder político dibuja la mayor parte de los rasgos de lo que aquí entendemos por CT, conforme a una dinámica que, como ya he tenido ocasión de recordar múltiples veces, fue denunciada precozmente por Rafael Sánchez Ferlosio en un artículo de 1984 titulado, vaya por dónde, "La cultura, ese invento del Gobierno". Desde entonces hasta aquí, muy poco es lo que ha ocurrido de nuevo en este campo, a pesar de los años del PP y de los escarceos nacionalistas. La razón es que, de entonces hasta aquí, el invento del Gobierno ha funcionado perfectamente, para la izquierda tanto como para la derecha. Y ello a pesar de que la CT es, propiamente, un invento del gobierno socialista. En este punto, a la derecha no le importa de quién sea la patente. La CT es un invento demasiado útil para que esta cuestión sea relevante. Por otro lado, fue la izquierda la que, en esto como en todo, hizo las concesiones. Ni siquiera tuvo que hacerlas: sencillamente, se vació de su contenido para llenarse otro nuevo. Con lo que llego, un poco abruptamente, a la cuestión que más me importa tratar. Me refiero a la usurpación de los contenidos propios de la izquierda, contenidos de sesgo ideológico, por lo que en sí mismo no debía ser un contenido, sino un simple recipiente. Hablo ahora de la democracia. Lo característico de la Transición española es que en ella la democracia asumió las funciones de una ideología. Y que esa nueva ideología no desplazó el discurso de la derecha, sino el de la izquierda. El único contenido de la izquierda española, hoy como hace veinte años, es la democracia, con toda su estela léxica: diálogo, consenso, diversidad, talante, simpatía... O dicho de otro modo: la democracia -y con ello se describe la Transición- se ha convertido en la ideología de la izquierda española. La traducción de este fenómeno aberrante al campo de la cultura constituye y explica la CT. De lo que se desprende que la CT es un efecto colateral de lo que nuestro admirado ideólogo, Juan Luis Cebrián, bautizó en su día, con mucho tino, como 'fundamentalismo democrático'. La no beligerancia, la no problematicidad de la CT, querido Martínez, es reflejo y secuela de su servidumbre democrática. Por donde la importancia de revisar el concepto mismo de democracia en el campo cultural. La importancia -y la gravedad- de criticar la fraseología democrática como primera condición para terminar -si tal cosa cupiera- con la CT, que se nutre de ella. Sólo a partir de aquí podremos adquirir el instrumento esencial para toda crítica: el lenguaje adecuado para ejercerla. Un lenguaje en el que, por ejemplo, habrá que llenar de nuevo contenido, de nueva problematicidad, uno de los términos más demonizados por nustra cultura de Estado -y esto va por usted, Bértolo-: la violencia. Pero ya está bien por hoy. Vayan ustedes pensando en lo que les he dicho y, por favor, los de las últimas filas, dejen de una vez de armar jaleo. Los hay que parecen tontos del culo: les pones una mascarita de Anonymous y se piensan que son el Zorro.

Posted by Ignacio Echevarría.
@ EL BLOG DE GUILLEM MARTÍNEZ. Derechos internacionales reservados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Somos el Zorro. Y tu un conejito muy mono.