viernes, mayo 20, 2005

STARSKY Y HUTCH

Este blog tiene mucha personalidad. O, al menos, ayer, el muy mamón, se negó a que le colgara cualquier tipo de texto. Hoy, esperando que el blog esté como menos genial, les cuelgo un par. Uno se llama Starsky y el otro Hutch.

-STARSKY. O DIFERENCIAS ENTRE EL PP Y ENRIC MARCO. El otro día, el señor o la señora Stilman, fue y, en un comentario a un texto del blog, dio en un clavo no esperado –los clavos intelectuales no esperados son el sentido que espero de este blog; y en general, si quitamos el adjetivo intelectual, lo que espero, snif, del próximo fin de semana; vaya, me estoy desviando, cerraré guión y les entrecomillo a Stilman-. “Si esta teoria del PP, por la cual se han acabado creyendo su propia MENtira, fuera cierta, empezaría a entender que el señor Marco nunca mintió”. Con lo cual Stilman propone una similitud entre el PP y Enric Marco, un señor que falsificó su biografía, se hizo pasar por deportado, presidió una asociación de deportados y, verbigracia, en un acto en el Congreso, provocó pollo al comparar el campo en el que no había estado con el Estado de Israel. Con un par. Hum. Similitud bestia: ambos dos conceptos –el concepto PP y el concepto Marco-, practican la religionización de las cosas, algo muy peligroso. El PP transforma la democracia en religión. La convierte en un texto sagrado, fijado en la Transi, y manipula la historia para convertirse en el gran valedor de esa religión. Manipulación: la religión democrática sirve para defender posicionamientos franquistas, es decir, un idealismo. Para todo ello la religión democrática del PP rebaja y depura –con, lo dicho, idealismo a gogó- el carácter fascista del franquismo, a) situando el inicio de la Guerra Civil en 1934, y b) planteándola como una guerra legítima y defensiva del liberalismo democrático –toma del frasco- frente a la barbarie. Cualquier trazo que desvíe la unidad religiosa y democrática que va desde 1934 a la Transi es, pues, barbarie. Marco, a su vez, transforma la Historia en religión. Existió en exterminio de españoles. Marco creía tanto en ello que se convirtió en un deportado en 1978. Su mentira sucedió un año antes de que el PP fuera democrático y, de alguna forma, empezara a elaborar su mentira, corpus elaboradísimo ya en la segunda legislatura PP. Los españoles supervivientes del exterminio, por condiciones físicas o por salud mental, no hablan mucho del asunto. Marco, al estar cachas y al no haber sufrido los procesos psicológicos que, pongamos, describe Primo Levi, daba más de 100 conferencias al año explicando su caso. Su caso, como el del PP, era la fe. Mentía por fe en un proyecto. Marco, en ese sentido, mintió para defender un proyecto que, precisamente y paradójicamente, consiste en defender la verdad frente a la mentira, lo que ha resultado un duro golpe para el proyecto. La mentira es, pues, lo que iguala a Marco y al PP. Y convierte ambos dos objetos en objetos peligrosos. Marco y el PP son objetos falsos, cuyo epicentro intelectual reposa en una mentira. La de Marco es su biografía, no la Historia. La del PP es, glups, su biografía y la Historia. Marco, mentiroso, no miente sobre un hecho: el exterminio. El PP es puro revisionismo histórico. No niega el holocausto –al menos, no esta mañana a primera hora-, pero lo aleja del terruño, un terruño en el que no se ensayó el exterminio con tecnología nazi –como al parecer sucedió en el campo de San Pedro de la Cardeña-, porque no hubo una guerra fascista, sino de demócratas contra stalinistas. En la RFA la actitud del PP le costaría al PP multa y trullo. Socorro.

-HUTCH. O PROSIGUIENDO CON LO QUE LES EXPLICABA HACE UN PAR DE DÍAS. Lo republicano. Hum. Lo republicano. Les comentaba que a) no existe, b) en ocasiones se modula a través de nacionalismos periféricos, única fricción con la CT posible en la sala. Y que, toma moreno, en todo caso, c), si existe, no modula una cultura diferente a la CT. Y aquí voy y les suelto un caso práctico. Catalunya. ¿Qué pasa en Catalunya? Respuestas: a), no lo sé, b) nadie lo sabe, c) quizás lo que aquí sigue. Lo que aquí sigue. El proceso catalán, un proceso mediante el cual una autonomía acomete temas no tratados en la Transi –el carácter plurinacional del Estado, el anclaje federal, mediante Estado, de Catalunya en España- no es el proceso de un nacionalismo rampante. Es más, básicamente es un proceso de todo lo contrario. Es un proceso –tachán-tachán- de republicanización. Llegado a este punto, espero haberles dejado moscas con el palabro republicanicación, de manera que se tiren de cabeza al siguiente párrafo.

-LO REPUBLICANO CONTRA LO NACIONALISTA. El Gobierno que está acelerando cambios en Catalunya y en España no es un gobierno nacionalista. Es más bien catalanista. Merece la pena ponerse didáctico y explicar un poco el significado de ese concepto. EL catalanismo es un corpus político netamente democrático. De hecho, si uno lo piensa, las tradiciones democráticas más antiguas de por aquí abajo son el republicanismo –200 añitos-, y el catalanismo –100 añitos-. El PP, por ejemplo, entró de lleno en la cultura democrática con posterioridad a 1977 –veintipico añitos; como mi novia-. Curiosamente, el catalanismo tiene como castaña el proyecto de modernización y reforma de España. Es decir, que la palabra mágica del catalanismo no es tanto Catalunya, como España, posibilitar que en España vivan mejor incluso los catalanes. Absolutamente todos los partidos catalanes son catalanistas. Con dos matizaciones: a) el PP introdujo esa definición en sus estatutos hace un par de congresos –no ha sometido aún su catalanismo a ITV; quizás aún no lo ha estrenado-, b) ERC, -un partido democrático como la copa de un pino, por otra parte- podría ser un partido no catalanista, en el sentido de que al ser independentista, sus mixed emotions no giran entorno al palabro España, sino al palabro Catalunya. En todo caso el proceso catalán está guiado por un tripartido que ha hecho de la izquierda y del catalanismo su máximo común divisor –incluso ERC-. Su proceso es, pues, de izquierdas y de índole español. Se quiere la reforma de España. Hacia el Estado federal, como una forma de adaptar España a la realidad y de sustituir los nacionalismos identitarios español y catalán –y los que usted quiera- por una cultura cívica. Es decir, republicana. El filósofo Xavier Rubert de Ventós, exdiputado y exeurodiputado socialista y amigote personal de Maragall, me decía el otro día que “el éxito de Maragall, pase lo que pase, es que en Catalunya no se revindicará una identidad vernácula, como en el nacionalismo hispano, sino una ciudadanía, una identitè republicaine, pas etnique, vernacule, linguistique”. En otra conversación que mantuve con Carod Rovira parecía compartir ese punto de vista al decir que “el republicanismo ya no es un litigio por una cuestión dinástica, sino más cosas, educación, cultura, pacifismo, laicidad”, valores que se quieren hacer colar en el nuevo Estatut y en la reforma constitucional que, de una forma u otra, caerá. En esa conversación, Carod, por cierto, planteaba la lógica ecuménica del tripartido para las futuras reformas –así como, glups, las consecuencias de su posible fracaso-, de esta forma: “se trata de asentar las bases legales para que el Estado Español sea un Estado plurinacional, plurilingüístico y pluricultural. Yo soy independentista. Si se fracasa en eso, ya no tendré excusas”. Rubert de Ventós también opina algo parecido: “Si el proceso fracasa, Maragall tendrá que hacer como su abuelo”. Hacer como su abuelo: en su Oda a Espanya, el poeta Joan Maragall empezaba con la alocución “escolta Espanya / escucha Esspañia”, en lo que puede ser una metáfora del proceso catalán, un proceso de hacer oír temas no planteados. El poema, que modulaba un diálogo con nadie, un diálogo con alguien que no escucha, finalizaba con un “adeu Espanya / challonala baby, España”. Toma ya. Más sobre el fracaso, el Conseller de Relacions Ciutadanes, Joan Saura, el señor que está fabricando en su laboratorio el nuevo Estatut, preguntado sobre el posible fracaso del proceso, me respondió que no se contemplaba. Es decir, que no hay alternativa al planete. Es decir, que no hay alternativa española. Si se fracasa, una generación no-española, existente ya en el mercado, ensayará otra solución dentro de algunos –pocos- años. Lo cual, por cierto –no soy nacionalista-, me la trae pendular.

-LA REPUBLICANIZACIÓN DE LA TRANSICIÓN. La transición parece que se va a acabar con otro proceso parecido. Proceso parecido: el Estado se va a reformar a sí mismo –en el caso de que lo haga-, y la reforma va a consistir en introducir inputs republicanos como para una boda. Son los inputs que en los 70’s no tuvieron oportunidad de colarse –recuerden que, por ejemplo, en aquella época, lo más peligroso de los militares no era su ministro, como en la anterior legislatura-. Es curioso que, por un tapón generacional, este nuevo proceso de transición nos lo expliquen en los diarios las mismas personas que entonces, y que estoy por pensar que no se enteran de la misa la mitad. Ignorando lo que pasará en esa misa –ignorando, incluso, si fracasará-, les sugiero humildemente que la mitad de la misa es republicanización. Cuando escuchen hablar de las reformas que Catalunya propone para sí y para el Estado, piensen en eso. Y denle a Catalunya cinco minutos. Republicanos. Si pasados esos cinco minutos les da la risa, estarán en su derecho.

Hum. Otra característica de este posible proceso de republicanización –del cual no descarto que, snif, nos acabemos muriendo de la risa, María Luisa- es que sigue sin ofrecer algo alejado de la CT. Lo cual da que pensar. Catalunya es, hasta cierto punto, una sociedad con tics republicanos, con tradición republicana, con apego a los valores republicanos, con una simbología diferente a la española, que ha posibilitado que los símbolos españoles de la Transi –monarquía, bandera e himno franquistas- no existan, que realizó una Transi curiosa –la Generalitat es, de hecho, una de las dos únicas instituciones republicanas que se colaron en el proceso de la Transi-. Uno observa esa sociedad y el posible proceso de reformas que está produciendo y podría llegar a la conclusión de que existe una Cultura Republicana por aquí abajo, una Cultura de la Problemática en la plaza. Lo cual te podría llevar a pensar que las dos Españas siguen existiendo de manera implícita, si bien ya no son dos entes intelectuales, sino todo lo contrario, territoriales. Pero luego vas y miras y, ni siquiera en esa sociedad, ni siquiera en el marco de ese proceso, existe algo parecido a todo lo contrario de la CT.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Holamiguito,
Pulula por ahí desde hace años un concepto llamado “guerra mental” como evolución natural de las pasadas guerras mundiales: en el s.XXI ya no se trata de conquistar territorios físicos sino los territorios mentales de las ideas que fijan, a lo Harold Bloom, el canon de la “realidad”. El PP está en esa guerra, supongo que como evolución natural a la Guerra Civil, osigui que la podemos llamar Guerra Civil Mental, y, hasta, Española. Osigui: that’s la modernización de la derecha española: cambiar el terreno de batalla físico -Ebro- a otro más apetitoso y práctico de cara al siglo XXI -consciencia colectiva-, lo que nos induce a pensar que si estuviéramos en el XX a lo mejor lo del 11-m hubiesen sido tanques en la calle, lo que nos induce a pensar tambien que, visto desde el futuro, the 11-m way of reacting a lo mejor se vé como un 18-j reloaded.

Anónimo dijo...

Encantado de saludarle de nuevo, señor Martínez, esperaba que volviera usted a emitir una de esas opiniones que me escalofrían levemente. Espero, esta vez sí, haber comprendido las ideas que encierra su texto y poderlas criticar sin saltarme en exceso los límites de sus palabras, aunque éstos, como casi todas las fronteras, seamos incapaces de distinguirlos.

Comencemos con Starsky. Debo decirle que aplica usted una teoría epistemológica algo entradita en años, a partir de la cual identifica verdades objetivas en el mundo que deben ser descubiertas o conquistadas, como cada cual guste, por el ser humano. Creo suficientemente probado que toda agrupación de ideas en las categorías verdad – mentira, sobre todo si las ideas son complejas, no depende de una lógica universal sino de una particular – cultural. Dependiendo del molde que aplique usted a la informe realidad obtendrá usted un cubo, una esfera o una remolacha, que le sale mucho, y con agrado del personal, al tío Facundo.

Eso sí (y de esta manera evitamos el relativismo absoluto), hay masas informes que se resisten a la forma y fondo que les imponemos determinados moldes humanos. Si el tío Facundo empujara su molde de madera contra la tapa de la acequia porque se empeña en ver en ella una remolacha, aparte de unirse al pitillo como herramienta de distracción de Arcadio, el del huerto de al lado, acabaría rompiendo el molde o volviéndose loco. Si, como es deseable por nosotros sus familiares, acabara rompiendo el molde, el tío Facundo entraría en un proceso crítico en el que no dispondría de molde para interpretar la realidad y se vería obligado, finalmente, a construir otro molde que se adaptara mejor que el anterior a la realidad a conocer. Así, además de descubrir que la tapa de una acequia no es una remolacha, maduraría.

Por lo tanto no se preocupe. El PP acabará aplastando su molde (de hierro, es cierto) contra la piedra, como ocurrió en el período de tiempo que tanto le interesa a usted, de los días 11-M a 14-M. O eso o habrá que esperar a que las manazas que empujan el molde se cansen y decidan cambiar el molde. Cosa que, como hemos presenciado en los días inmediatamente posteriores al reciente debate de política general, no cuesta tanto, sobre todo si hay encuestas de por medio.

Hablemos, por fin, de Hutch, de mi tema favorito y del error en que, en mi opinión, incurre usted cuando habla de republicanismo. Afirma usted que lo republicano “en ocasiones se modula a través de nacionalismos periféricos” y que ello supone la “única fricción con la CT posible en la sala”. Como dice ahora mi sobrino Guille, mire que casualidad, pues va a ser que no. Usted identifica tan ampliamente lo republicano con lo periférico que su idea de republicanismo queda sintetizada en un concepto contrario al interés de un partido de ámbito estatal. Perdone que mi tío Facundo y yo nos riamos. Convergència i Unió y el Partido Nacionalista Vasco tienen en común con los valores republicanos lo mismo que el Partido Popular con la democracia: que les pilla de paso.

Un ejemplo: casi todos los partidos catalanes reclaman que el debate de la financiación sea bilateral Estado – Generalitat. Siguiendo sus directrices, este hecho podría tener cabida dentro del saco de lo republicano. No obstante, observo una profunda contradicción, causa en parte de nuestra anterior carcajada: Izquierda Unida, un partido que no cuenta para casi nada en la gobernabilidad del Estado o de las Comunidades Autónomas (por usar el único nombre común que tienen todos estos países, pueblos, tierras o suburbios), y por tanto se puede permitir ser relativamente fiel a su línea ideológica (una línea, por cierto, que ensaya la perpendicularidad consigo misma con asombrosa frecuencia y reconocido éxito) rechaza esa vía bilateral de negociación. Si puede usted probarme que CiU tiene más de republicana que IU, con todo lo que ello representa, esta noche no ceno. Se lo aseguro.

Sigamos con Hutch. Posteriormente, usted afirma que “El Gobierno que está acelerando cambios en Catalunya y en España no es un gobierno nacionalista. Es más bien catalanista”. Y sigue: “El catalanismo tiene como castaña el proyecto de modernización y reforma de España. Es decir, que la palabra mágica del catalanismo no es tanto Catalunya como España...”.

En mi molde, esas afirmaciones no sólo son falsas sino que son, sobre todo, una argucia impropia de un republicano, que sólo podría perdonar en caso de que esté usted intentando aplicar la ya famosa pedagogía sauriana. La actitud del Gobierno tripartito hasta la actualidad ha seguido patrones totalmente nacionalistas. Sobre todo, por dos razones básicas:

La primera es que Maragall y el PSC se ven en la obligación de demostrar que un gobierno declarado abiertamente no nacionalista es capaz de defender los intereses de Cataluña igual o mejor que CiU (complejo que también persigue a ICV, quien también ha experimentado un marcado giro hacia el nacionalismo). ¿De dónde proviene este complejo? Del macro-molde mayoritario con que los medios de comunicación catalanes interpretan la realidad política. Este macro-molde se basa en la convicción (o en transmitir la convicción) de que la labor de la Generalitat es arrancar a Madrid (así, “Madrid”, con las reminiscencias que cada cual le quiera asociar al término) las competencias que por justicia le pertenecen. Maragall no se ha atrevido a cambiar este macro-molde, por miedo a ser acusado de alta traición a la nación, a la justicia y al sentido común, macro-molde de macro-moldes. Algunos autores como Josep Ramoneda identifican la raíz de este fenómeno en la victoria del nacionalismo catalán en lo que él llama “debate ideológico”. Ni que decir tiene la espiral del silencio consecuente, que hace que el tío Facundo y yo nos hayamos tenido que reír el uno con el otro.

La segunda razón por la que creo que el Gobierno catalán es nacionalista es porque no quiere modernizar España, sino, de forma totalmente legítima, que Cataluña progrese. Si para ello es necesario que España también lo haga, adelante. Si no, no. En esta ocasión, a él también le pilla de paso. Pero, ¿tienen las iniciativas del Gobierno catalán la finalidad de modernizar España?

Cataluña, como toda entidad económico-cultural, desea su progreso y, al igual que todo el mundo, ser la entidad más guapa de la clase. Esta entidad sabe que para su progreso necesita, pongamos, A, B y C. Su progreso (que usted liga de una manera tremendamente injustificada y difícilmente justificable al del resto de España) puede suponer, en muchas ocasiones y siguiendo el molde económico que gasta el Estado actualmente, la falta de crecimiento del resto de Comunidades Autónomas. La Generalitat quiere más dinero para Cataluña. Punto. Más dinero para Cataluña es menos dinero para los demás. Punto. Otra cosa es que usted interprete la “modernización” de España, hablando en términos económicos, como una adaptación a los intereses catalanes.

La importancia del factor económico en el tema que nos ocupa es de tal magnitud que se percibe en todo momento su presencia, aun cuando no queramos: eche usted agua en la piscina, eche, que el flotador seguirá ahí arriba. De cara a la galería, usted, como su citado Josep Lluís Carod Rovira, liga republicanismo a “educación, cultura, pacifismo, laicidad”. Le aseguro que estos valores son ampliamente compartidos por (creo) una mayoría de españoles y que no habría ningún problema en avanzar al respecto. Sin embargo, cuando la cosa se pone fea, Carod Rovira se sincera y sentencia, como ha hecho una y otra vez, que lo que importa es la financiación. Es decir, más dinero para Cataluña.

Más cosas de Hutch. Como le dije en mi anterior comentario, su molde está en parte definido por un movimiento de reacción ante lo que usted uniformiza como españolismo castizo. El suyo y el del señor Rubert de Ventós. Atento a lo que sigue: en España hay menos nacionalismo vernáculo que en Cataluña, porque ese nacionalismo vernáculo ha hecho mucha pupa. En Cataluña, por el contrario, ese nacionalismo es muy potente y está bastante limpito por tres causas:

1.- Se identifica con la defensa de las libertades.
2.- Se enfrentó al malo de la película, el franquismo. Automáticamente, pasa a ser el bueno.
3.- Se autoidentifica como nacionalismo cultural, no étnico. El nacionalismo cultural es menos malo que el étnico, pero no por ello es bueno. La existencia de este nacionalismo queda probada ampliamente, por ejemplo, a partir de las reacciones que suscita en algunos sectores de la sociedad catalana y en “la teva” (con Cuní y la orden contertulial, grupo de privilegiados intelectuales capaces de opinar absolutamente de todo, al frente) la inmigración no española.

Para acabar, comentario a la sinceridad carodiana. “Si se fracasa en eso, ya no tendré excusas”. Carod quiere que Cataluña, como unidad económico – cultural, vea reconocidos sus intereses. Para ello, aplica la técnica del chantaje a su manera: O respetas mis libertades o me voy, con la justicia por montera (precisamente por montera). Para ello, Carod sigue el siguiente esquema lógico: como todas las causas que ERC defiende para Cataluña son justas (y además son reconocidas como tales por la mayoría de la sociedad catalana) todo lo que pida Cataluña es justo. Si además, como hace usted, liga esas reivindicaciones básicamente económicas a unos ideales republicanos que usted prácticamente excluye de toda expresión política estatal que no pertenezca a lo que paradójicamente usted califica como “nacionalismos periféricos”, es lógico que la sociedad catalana, falta de capacidad de autocrítica como está provocada por el victimismo, ese movilizador de votos, ligue permanentemente “lo que pide Cataluña” a “lo justo”.

Así pues, no se extrañe si su republicanismo “no modula una cultura diferente a la CT” ya que su republicanismo no tiene mayor objetivo que crear otra cultura conservadora con los intereses del Estado. Eso sí, del Estado catalán o algo que se le parezca.

Pruden.