miércoles, octubre 05, 2005

DIGO DIEGO

Yo no sé, Martínez, si llegaremos a polemizar sobre la CT. Pero desde luego sí lo haremos sobre quién debe a quién una cena, capullete. Eres tú quien se ha rearasado con la respuesta a mi intervención del viernes. Y cdonste que aquí nadie ha dicho nada de librar los fines de semana, o al menos yo no me he enterado. Así que te espero el viernes en Ca’n Boter, tráete la tarjeta de crédito.
Otrosí: hablemos con más claridad. En adelante, nos exijo —a ti y a mi— formulaciones más nítidas y contundentes, para bien de todos. Y bienvenido sea el amigo Pep Campabadal, a él también quiero decirle algunas cosas, si me lo permite.
1. Diferenciar dos conceptos no supone distinguir dos realidades. De hecho, el staff es el residuo de realidad que corresponde al canon en la actualidad. Me dices que al distinguir canon y staff, “volvemos a reconocer dos Españas; una oficial y otra real”. Y a continuación constatas, desconsolado, que la real no comparece por ninguna parte. Ergo habrá que admitir que la España oficial viene a ser la España real, si es que alguna hay. Con lo que acabamos de establecer la definición más exacta a la que hemos llegado hasta el momento de la CT, mira por dónde. 2. A ver si queda claro: una cultura sin crítica no tiene canon. La CT no tiene más canon que lo que se ve, es decir, aquello que ha prosperado a su sombra. Sin distingos de ninguna especie: Marías al lado de Prada al lado de Vila-Matas al lado de Zafón al lado de Millás al lado de Grandes al lado de Reverte al lado de Cercas al lado de Montero al lado de Posadas al lado de... etcétera, etcétera, etcétera. Por hablar de literatura. Y dentro de chorrocientos años no habrá Dios que se ocupe de averiguar qué cosa fuera el canon de este tiempo. ¿Por qué piensas que de una cultura sin crítica nacerá, vaya uno a saber cuándo, una “crítica colectiva futura”? Ni hablar del pirulí. El Club Gironella, sea lo que sea eso, lo formaremos en el futuro —lo formamos ya— todos. Bienvenido.
3. “Escasos segundos antes de decidirse por lo contrario”, como diría Martínez, la izquierda española, es decir, el PSOE, el PSC, el PSP, el PCE, el PSUC y tutti quanti, era de izquierdas. La Transición es el nombre que damos a la súbita Transubstanciación de la izquierda española en socialdemocracia, es decir, en CT. Entre las razones que explican este milagro hay una que debe tenerse especialmente en cuenta: la alianza de la izquierda con el nacionalismo, inducida por un equívoco formidable que se mantiene vigente en la actualidad. Consiste en lo siquiente: la izquierda resistió contra Franco, el nacionalismo resistió contra Franco, luego el nacionalismo y la izquierda pertenecen al mismo bando. El Estado de las Autonomías es la gran conquista de la izquierda durante la Transición, pactada al precio de renunciar al republicanismo y a la pérdida de hegemonía en el País Vasco y en Cataluña. Digo esto último y me quedo mirándote con cara de haber sacado un seis en el juego de la oca. Repito tirada, y de oca en oca tiro porque me toca para llegar, sin más explicaciones, a darte las explicaciones que me pides. Lo haré con tus mismas palabras: “las culturas autónomas en la CT” son “descentralizaciones de la CT”; las “propuestas literarias catalanas no van más lejos que las españolas, su funcionamiento, con alguna rareza, no deja de ser similar”; “con salvedades y rarezas, forman de manera parecida su staff, carecen de crítica beligerante, carecen de la idea de beligerancia, si exceptuamos aspectos y posicionamientos nacionalistas”; “si entendemos la CT como una cultura al servicio del Estado, es lógico que las autonomías aprovechen ese filón”; “en el caso catalán, la cosa es especialmente dramática: desde que la literatura catalana, a finales del siglo XIX, empezó a emitir una literatura moderna, en contacto con tendencias europeas antes que españolas, jamás había emitido propuestas menos internacionales, su internacionalidad es, únicamente, su comercialidad, algo, por otro parte, muy español”. Omito algunas frases que entran en colisión con éstas; pero que conste que las contradicciones, si las hay, las pones tú mismo, así que a ti te toca desliarte la picha. Yo con esto satisfago tu demanda de que puntualice mejor el concepto de CCNN.
4. En este punto cuatro se me acumula la faena y el caso es que no quiero perderme la cena gratis en el Boter, así que me abro paso a lo bestia. Leo los discursos y las entrevistas con Maragall, y me llena de aprensión verle emplear a troche y moche una palabra fetiche de la CT: seducción. “Queremos seducir a España.” Por cierto, que la palabra España, que Maragall emplea ahora con tanta cordialidad, no sale en el Estatut por ningún lado, o al menos tarda en salir, porque todavía no me lo he leído entero. Lo que sí me llevo leída es ese preámbulo que os pone tanto y que a mí me parece un modelo de chatarrería verbal, lleno de palabras insignia disueltas en ambigüedades. También dice Maragall, en entrevista con El País, que la palabra nación significa lo que en la Constitución la palabra nacionalidad. Y reconozco en ello otro rasgo típico CT: las palabras significan lo que mejor nos conviene en cada momento, de manera que, llegada la ocasión, donde dije digo digo Diego y aquí no ha pasado nada. En cualquier caso, tenemos un Estatut que no es CT, al decir tuyo, pero cuyo aspecto más problemático, el modelo de financiación, justamente, fue creado, como tú mismo reconoces, “por CT System”. Vaya. Y en todo este gurigay tú reconoces, dices, “una crítica a los modos de proceder de la Transi”. Será porque no recuerdas los debates de las Cortes Constituyentes. O los de los años heroicos de la Transi, como el debate sobre la entrada en la OTAN. Yo sí, y por eso me mosquea la pretensión, sustentada por ti, Martínez, y por Pep Campabadal, de que el nuevo Estatut (donde dije digo digo Diego) no es nacionalista, y el que a los dos os puedan conmover declaraciones tan pomposas y dudosamente autosatisfechas como la de que “la Generalitat restablecida en 1931 nunca ha dejado de existir, en tierra propia o en el exilio, gracias a la tenacidad de nuestro pueblo y a la fidelidad de sus dirigentes”. Me mosquea también que tú, Martínez, un viejo republicano de izquierdas, aceptes tan campante que el nacionalismo sea, desde 1978, la única beligerancia posible en este país, y que por eso haya que acudir al marco que él establece para esbozar, tímidamente y con himnos al fondo, “una teoría de los derechos individuales y colectivos”. Aceptar este marco como única plataforma viable para sentar esta teoría es uno de los logros indelebles de la cultura política de la Transición. ¿Y dudas que lo que nos espera sea otra cosa que un espectáculo CT? ¿Piensas que nos abocamos a otra cosa que a una descentralización de la CT, auspiciada por la misma izquierda que no supo plantear ninguna otra beligerancia que esta misma —la del nacionalismo— que no era la suya?

Ignacio Echevarría

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Echevarria, sepa usted que acaba de conceptualizar en un texto escrito el pensamiento de un republicano de izquierdas que lleva tiempo negándose a aceptar totalmente el discurso Martínez porque, aunque él lo niegue o no lo sepa, flirtea peligrosamente con el nacionalismo.

Un discurso que no encuentraba en ninguna parte, ni en Izquierda Unida, ni en Iniciativa per Catalunya, ni en grupos que se dicen a sí mismos de izquierdas no-nacionalistas.

Absolutamente emocianado, no me queda más que decirle: ¿dónde ha estado usted todo este tiempo? ¡No nos deje!

Anónimo dijo...

Hola:

1) Vaya por delante que uno se siente como el culo al llevar la contraria a Echevarría, y no únicamente por la singularidad de sus relaciones con el periódico monárquico El País.

2) España sí aparece en el Estatut. En el mismo preámbulo aparece tres veces. Eso sí, no aparece poetizado como en el artículo 30 de la Constitución.

3) La CT impone que no se hable de financiación -los alemanes, que tienen una estructura descentralizada como la nuestra, se dan de hostias por este tema cada dos por tres-, para no generar tensiones, atizando los espantajos de la guerra civil y demás. Por eso el Congreso no cumple los mandatos de las Cortes que le instan a publicar de forma territorializada -como corresponde a un estado medio federal como el nuestro-, tal y como hace con otras partidas presupuestarias -la inversión en infraestructuras, por ejemplo-. El Estatut es el primer debate público sobre el tema con un poco de chicha, y que pone sobre la mesa la madre del cordero de la finaciación: la asimetría entre ingreso y gasto. Y lo hace, además, desde la lógica de "La Generalitat es Estado", lógica que choca con los sistemas forales.

4) Apartado de semántica: Tony Blair dijo, en la firma de los acuerdos de Stormont, que el acuerdo consistía en encontrar una palabra a la que todas las partes puedan dar un significado que les permita asumir el acuerdo. La CT es la sobreabundancia de lo más siniestro de la existencia en la determinación de esas palabras, algo contrario a lo que se ha hecho en el Parlament.

Un cordial saludo,

Pep.

p.s: Con el objeto de redimir los flagrantes incumplimientos en los plazos de ambos, propongo que ambos tiren de su tarjeta y me inviten a mí como solución de consenso.

Anónimo dijo...

Coño...

Disculpas por el terrorismo ortográfico.

Anónimo dijo...

Hola:

Prosigo. Punto para Echevarría por lo de la seducción. Ahora bien, no encuentro diferencias entre la seducción de Maragall y el talante de ZP. Ambos son objetos genuinamente CT y, sin embargo, desde el último consenso alcanzado -"Ha sido eta"-, que felizmente duró poco, ha pasado mucho tiempo. Desde luego, puede ser que el globo acabe deshinchado, pero a día de hoy uno constata que, vendiéndose como el amigo de todo dios, ZP ha hablado de tocar la Constitución, ha retirado estatuas fascistas, ha sacudido a la Iglesia católica y, en fin, está impulsando medidas que parecen encaminadas a mosquear a determinado personal muy identificable.

Un cordial saludo,
Pep.