martes, octubre 11, 2005

NOMBRES, NOMBRES

El profesor Echevarría llega hoy con cara de muy malas pulgas y signos evidentes de haber dormido poco. Esto del blog le está consumiendo la poca salud que le resta. Pero silencio, que parece que va a hablar.
– Pase usted a la pizarra, Martínez. Y ahora cuéntele a toda la clase de dónde se saca usted que una mudanza es excusa para incumplir las ordenanzas que usted mismo ha dispuesto. ¿No dice nada? Pues entonces retírese, y sepa que ya me debe dos cenas.

Por cierto, Martínez, creo recordar que, entre las ordenanzas que tú mismo dispusiste, se contaba la de dar nombres. Me parece importante recordártelo, y me mueve a una reflexión que viene al pelo para el tema que nos ocupa, eso de la CT. Pues ocurre que si se trata no sólo de describirla, sino además, y ya puestos, de ver cómo combatirla, es cosa de plantearse si cabe hacerlo con sus propias armas, y ver cómo se utilizan.

Por un lado está el staff al que tú te has venido refiriendo como sustituto del canon y que, al igual que éste, pero más, constituye una lista de nombres. A la sombra del staff, y de la aspiración generalizada a pertenecer a él, ha prosperado en las dos últimas décadas ese extraño —y miserable— subgénero periodístico que consiste en engastar las propias columnas con nombres en negrita, lo cual permite identificar enseguida de quién se está hablando sin necesidad de saber de qué se está hablando (algo que a menudo no sabe ni el periodista mismo). Desde Umbral, el fundador del subgénero en cuestión, a Elvira Lindo, la cita casi indiscriminada de nombres, cuantos más mejor, casi siempre en clave de cumplido y coqueteo, ha infestado el columnismo español, sección Compadreo y Simpatía.
Ahora bien –puntualiza el profesor Echevarría frunciendo el ceño—, al tiempo que se imponía este uso, la CT ha impuesto también el uso contrario —y complementario—, que consiste en explayarse muy amarga o airadamente sobre cualquier materia, cultural o política, sin dar nombres nunca, todo lo más recurriendo a pequeñas pistas en clave para los enterados, de tal modo que nadie se suele dar por aludido. Juan Goytisolo y Javier Marías, cada uno a su manera, son maestros insuperables en este arte de denunciar cualquier cosa consiguiendo que hasta los propios interpelados aplaudan su imprecación y su queja diciéndose a sí mismos y a quienes los rodean: Qué razón tiene este hombre, ya era hora que alguien dijera algo así.
Y luego está, cómo no, ese uso tan propio de la cultura de staff consistente en no mencionar nunca el nombre de los enemigos: silenciarlo, borrarlo de la memoria, un poco a la manera de ‘1984’, o de nuestro abuelito Stalin. Sólo existe lo que yo determina que exista. Y se acabó.

Va siendo hora, pues, de esforzarse por nombrar, no sólo a los amigotes. Nombrar, sobre todo, a los no amigotes, y arriesgarse, toda vez que se habla de algo, a ilustrarlo con nombres propios. Martínez, por ejemplo. Haga el favor de subir a la pizarra. Y ahora diga a toda la clase por qué, cuando nos cuenta su anécdota relativa al silenciamiento de su libro Franquismo Pop, por qué, digo, silencia usted, a su vez, el detalles de esos “medios en los que no salieron reseñas”, acerca de los cuales le consta que “tenían jefe de sección de 50 tacos, cabreados por el concepto tapón generacional”. Dice usted que “uno de los pollos que se negó a que apareciera una reseña en su medio, se hizo famoso por rechazarla –es decir, taponarla- al grito de ‘no soy un tapón’”. ¿Por qué no nos dice el nombre de ese pollo (o de esa gallina) y de paso el del medio al que pertenecía? Cuando habla usted de esos pollos clónicos que reproducen, veinte años después, los modelos de comportamiento de sus jefes, ¿cómo es que no nos ilustra con algún ejemplo?
Antes de escribir esto último, querido Martínez, venía yo dispuesto a poner aquí los nombres que tú te callas y que yo creo identificar. Me parecía lo más honesto para todos. Pero luego voy y pienso que debo andarme con cuidado, que en efecto esos pollos jóvenes dan miedo y hacen “mucha pupita”, y que tú mismo no eres libre, cómo ibas a serlo, de quitarle ninguna pluma, pues ahora mismo no tienes casa, me debes dos cenas, tienes varias cajas llenas de trastos inservibles que no sabes dónde meter, y para resolver todo esto cuentas con que alguno de esos pollos en cuestión te encargue un artículo. Si yo, haciéndome el gallito, digo los nombres que tó callas, igual la cago, o me cago. Y entretanto, la CT sigue rodando, y rodando, y rodando... Y sólo valen los nombres que salen en negrita. Echevarría, por ejemplo: ahí va, en negrita, después de Martínez, de forma que quien eche un rápido vistazo a la entrada de hoy de este blog ya sabe de quién se está hablando, y quiénes son amigos.

Cuando el ‘caso Echevarría’, publiqué un articulejo con el que salía al paso de las frecuentes interpretaciones que se hacían de mi gesto como una estrategia para mover ficha, fingiendo que me caía de la parra después de haber pasado quince años subido a ella. En ese articulejo defendía yo el concepto de delación, y lo reivindicaba como una de las pocas estrategias eficaces para pervertir el sistema en que andamos todos envueltos. Volveré sobre el asunto, si llega el momento. Ahora quiero, por un prurito de ecuanimidad, señalar uno de los inconvenientes graves que apareja la mención concreta de nombres propios cada vez que uno se pone en situación de elevar una crítica o hacer una denuncia. Ocurre entonces que la escasa costumbre de proceder así motiva que la mención del nombre en cuestión adquiera una resonancia desproporcionada, impregnando toda la argumentación de la sospecha de que por ahí se anda resolviendo un asunto personal, lo cual tiene por efecto desvirtuar dicha argumentación. Un ejemplo a mano de lo que digo: traigo a colación el nombre de Millás en un contexto que al parecer lo cuestiona y enseguida surge quien, pasando por alto la intención por la que ha sido traído a colación, sale en defensa de Millás, a quien al parecer he puesto en cuestión como escritor. Verá, querido y desconocido amigo: como novelista, y de un tiempo a esta parte también como columnista y como reportero, Millás me parece un mierda. Pero eso no es lo importante. Lo importante es que para mí, y para cualquiera que haya pillado el concepto, Millás es la encarnación misma del intelectual CT, y por ahí iban los tiros. Volveré sobre ello.

Me quedan un montón de preguntas por responder. Y muchas ganas de explayarme yo en lo mío. Pero se me acaba la página y sólo tengo tiempo de reprocharte, Martínez, que no contestes a mi pregunta, capullo, como sueles. De acuerdo con lo del tapón y sus efectos, pero ¿cómo se explica que en treinta años no haya emergido una fuerza o una resistencia capaz de hacer saltar ese tapón, o al menos quemarle al corcho la punta y dibujar con él unos bigotes en esas caras de Monna Lisa?

Martínez, vente a dormir a mi casa. Te dejo una cama, con derecho a water y ducha fría de ocho a diez de la mañana.

Encima, maricones.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Diría que esto ya lo he puesto antes en el Blog -o igual he puesto todo lo contrario, que a veces también me pasa- pero el quid de la cuestión es que este es un país que acaba de salir de pobre. Esa es la razón por la que la transición se hizo como se hizó: La mayoría de la población formaba parte de una incipiente clase media donde pesó más el miedo por lo que había por perder que la ilusión por lo que se podía ganar, y seguimos más o menos en las mismas. El que no se ajuste al guión se arriesga a perder comba y saltar de la rueda, y nuestro estado del bienestar -y el tejido cultural- siguen siendo lo bastante precarios como disuadir a cualquiera. Al fin y al cabo todos tenemos una hipoteca o un alquiler que pagar, queremos disfrutar de cierto confort, nos gusta comer bien, etc. etc. etc y estamos cagaditos de perder todo eso. No se lo que le habrá supuesto a Echevarría su encontronazo con "El País" y soltar la poltrona, pero desde luego fue una actitud valiente e inusual con los tiempos -y los tipos de interés- que corren.

Anónimo dijo...

Otro quid es que, por aquí, todos los encuentros y todos los econtronazos suceden en El País.

Anónimo dijo...

Aplaudo la clase magistral del profesor Echevarría, aunque espero que su heroico propósito de combatir la CT no convierta esto en la inscripción própia de un túmulo: dia, mes y año en que alguien les hizo pupa, junto con el detalle del dedito machacado. Si para combatir la CT utilizamos semejante arma, yo me paso al enemigo.

Anónimo dijo...

1.- Señor Echevarría, si sospecha usted que no soy capaz de entender lo siguiente: "Lo importante es que para mí, y para cualquiera que haya pillado el concepto, Millás es la encarnación misma del intelectual CT". De entenderlo, digo, después de haber leído que "Millás es el modelo perfecto de escritor CT, de periodista CT, de intelectual CT", es que me toma por imbécil. Dado que quien por ello me toma debe de estar tan convencido de que lo soy como para decírmelo, he llegado a la conclusión de que no me queda más remedio que serlo.

2.- Eso sí, si mi oxidada capacidad de razonamiento me lo permite, me permitiré la licencia de acusarle de falta de atención, ya que en mi comentario ("ser un tótem de la CT, con los peloteos, hipocresías y falta de compromiso que ello conlleva, no tiene por qué implicar pobreza literaria") la claridad con la que pillo y la explicitud con la que expreso el concepto es acojonantemente luminosa, si se fija.

3.- Si mi torpe comunicabilidad ha tenido un día bueno, se habrá usted dado cuenta de que he entendido lo que para usted es "lo importante" y que, mire por dónde, no lo es para mí, empecinado en lo que usted desecha.

El señor Martínez le está intentando arrastrar al ring "Millás como metáfora: de qué mierdas estamos hablando" ("¿Qué sobrevivirá de la CT? Yo creo que esa es la pregunta del millón"). Y yo, que he saltado de mis asientos y me he puesto el bañador rojo, le quiero hacer de sparring.

4.- Interpreto la pregunta (correctamente, creo) como un ¿qué merece la pena que sobreviva de la CT? Es decir, ¿qué obras / autores trascenderán a su tiempo como sólo lo hacen los poseedores de una induscutiblemente elevada calidad literaria? O, ¿qué parte del tapón tenía razón?

y 5.- ¿Sabe por qué ésa es la pregunta del millón? Porque ni usted, ni Martínez, ni nadie tiene la capacidad para resolverla. Particularmente, otorgo a una obra literaria el calificativo de imprescindible si, al leerla, produce una excitación en mis sentimientos, indeterminada, que no sé cercar ni describir, pero que otras no me producen. Poco científico, muy sincero.

Cela habrá sido un fascista pero "La Colmena" me produce esa excitación. Y, por escojer un ejemplo ideológicamente opuesto (y de lo más anti-CT que te puedas encontrar por una estantería), "El tambor de hojalata" también.

Dudo que alguna obra de Millás perdure en el tiempo (como sí deberían permanecer unas pocas de otro CT como la copa de un pino, Manuel Vicent) pero entre la tremenda oferta literaria que tengo a mi disposición, Millás pasa el corte. Y lo pasa porque cuando veo su columna en el diario, mire usted qué atrevido, la leo. Me da por leerla. Y con ese impulso y seis o siete iguales, cribo el 80% del diario restante y le envío un mensaje a los directores de márketing: no sé si el bueno es él o son ustedes, pero me lo quedo.

También pasan el corte lás últimas series de reportajes en El País de Vargas Llosa (conflicto Israel-Palestina) o Vidal-Folch (Centropa). No así en cualquier cosa escrita por Elvira Lindo, Rosa Montero y cinco mil más.

- Ya que estoy, 6.- ¿Cómo interpretan el éxito de otro tótem de la CT como es Eduardo Haro Tecglen, más republicano que Martínez y todo? ¿Es el abuelo de la CT (único posible), al que se le permite contar nuestras batallitas?

PD: Echevarría, si va a tener a bien responderme, lea atentamente el texto. A mí, lo mismo que a usted, no me pagan por participar en el blog. Ni siquiera una cena.

Sí, leerle a usted cultiva y leerme a mí no. Por eso mismo, si cree que no le va a merecer la pena, ni siquiera dialogue. Porque, como acaba de comprobar, si lo hace le voy a exigir que respete las mismas reglas básicas que los profesores imponen a los comentarios de los alumnos en clase.

Anónimo dijo...

"Particularmente, otorgo a una obra literaria el calificativo de imprescindible si, al leerla, produce una excitación en mis sentimientos, indeterminada, que no sé cercar ni describir, pero que otras no me producen. Poco científico, muy sincero".

Propongo al autor de esta frase que revise el concepto “calidad literaria”. Su definición no se diferencia demasiado de la del estornudo, el bostezo o el orgasmo.

Anónimo dijo...

Hace bastante tiempo que dejé de evaluar la calidad literaria de una obra basándome en artilugios artificiales como el sacralizado "punto de vista" o la misteriosa "armonización del espacio y el tiempo". ¿Sabe por qué? Porque algunas obras que cumplían a rajatabla las exigencias de muchos críticos, no me decían nada. Qué quiere que le diga, "Guerra y Paz" me parece un tocho, que dice muy poco para las páginas que tiene.

Si lo piensa, la sensación que produce en mí una obra de arte difiere enormemente de un estornudo, ya que en él no interpretan ningún papel los sentimientos. Pero, intentando atacarme, la ha clavado con el bostezo y el orgasmo.

Si leyendo una obra boztezo (es decir, puedo definir la sensación producida en mí por la obra), me aburre. Si siento una especie de orgasmo, como el que se siente al marcar un gol, al probar el ansiado beso, eso que se parece al orgasmo pero que no lo es, entonces para mí, en cuanto sujeto, esa obra tiene calidad literaria. Tal vez a usted le aburra. Bien, para usted no tendrá calidad literaria.

Nunca olvide estas líneas, las más sabias que he leído nunca acerca del misterio de la literatura: "Las obras de arte viven en medio de una soledad infinita, y a nada son menos accesibles como a la crítica. Sólo el amor alcanza a comprenderlas y hacerlas suyas: sólo él puede ser justo para con ellas. Dese siempre la razón a sí mismo y a su propio sentir, frente a todas esas discusiones, glosas o introducciones."

Anónimo dijo...

Leerle a usted produce en mí una sensación que sé que no es un orgasmo aunque tampoco un bostezo. Algo que tampoco es un estornudo. Se trata de un sentimiento que me excita y que se parece mucho a lo que siento cuando beso unos labios inyectados de silicona o cuando vomito porque me ha sentado mal algo que he comido.

Anónimo dijo...

Por favor, alguien podría explicar qué significan las iniciales CT.
LLevo leyendo un montón de comentarios y no acabo de pillarlo.

Anónimo dijo...

CT = CUltura de la Transición